28 de diciembre de 2009

29 de Diciembre.- Victoria...

Encontrándote sentada en mi regazo, apacible y tranquila, pienso en la forma en que te metiste a mi vida y de lo bien que se siente hacer las cosas bien, y al mirar atrás sonreír de haber pasado la adversidad. Esta es, simplemente tu historia…

Era una mañana nublada y fría de un martes como cualquier otro, de un mes sin nada de especial, al salir de mi casa como todos los días de mi fétida rutina, me encontré con uno de los espectáculos más pasmosos que me ha tocado ver en persona, la viva representación del circo romano en la actualidad: manteniéndose a duras penas sentado, todo piel y hueso, temblando de frío, con la cabeza gacha, vencido, agobiado, había un perro agonizando. Estaba enteramente sarnoso y con la piel llagada en muchos lugares. Por la boca hinchada y entreabierta manaba baba y sangre, al parecer a causa de una herida profunda. Tenía el aspecto de un can ya entrado en años, hundido en sus últimas horas de lucha, de insufrible agonía y en torno a él un círculo formado por mis vecinos viendolo con cara de morbo unos, con cara de tedio y desvelo otros, y todos ellos tenían en mente una idea: ponerlo inmediatamente a dormir, como dice el eufemismo. Me acerqué a ver que podía hacer, sin importarme que llegara tarde a mi centro de trabajo y con el firme propósito de que se podía hacer algo, pues esta comprobado que mis vecinos tienen fama de ser sádicos ignorantes buscadores de chismes, y al acercarme uno de ellos me pregunta retadoramente que si yo me podía atrever a quitarlo de su sufrimiento o que si le decía a alguien mas que tuviera “huevos”. Lo ignoré. Como siempre, yo pensaba distinto a toda la vorágine sedienta de sangre. No sólo porque he sabido de animales en peor condición que, no obstante, se recuperaron, sino, y sobre todo, porque la muerte no es algo que se decida en asamblea pública. Ni la de un hombre ni la del mejor amigo del hombre.

Herido, esquelético y moribundo como enfermo de tisis, el mejor amigo, se había convertido ahora en una incómoda y desagradable molestia para todos mis vecinos. Un señor de gran edad que es vecino a tres casas de la mia, se acercó y casi con alivio, si no acaso con un dejo de alegría, me preguntó: “¿Lo llevas a sacrificar?” La amistad ya no es lo que era, definitivamente.

Mientras le comunicaba a este buen samaritano que la decisión de aplicar inyección letal sólo la tomaría un veterinario, me acerqué a estudiar la situación. Descubrí que era una hembra y por su respiración aspergerte, calculé que le quedaban pocas horas de vida. Un día como máximo.

En el pavimento estaba un gran circulo hemático y que con mi vena forense y mi incapacidad de separar en ocasiones mi trabajo de la vida en general, intuí que era victima de un atropello, pero al momento en que toqué su cabeza y la voltee al otro lado no descubrí hematomas de ningún tipo, por lo que llegué a la conclusión de que la herida era interna, en su boca, pues ésta estaba muy mal, y daba la impresión de haber estado mucho tiempo de esa forma. Alguien teorizó lo mismo que yo. Otro, que le habían pegado un tiro, y la última que se había peleado con otro perro que tiene atemorizada a la colonia. En fin, nada de eso importa, solo especulaciones que no tiene validez si un veterinario no lo confirma. Además de lo anterior, se veia a simple vista que estaba desnutrida, pero este era el segundo peor problema: la perra estaría sobre todo deshidratada. En cualquier caso, nada más se podía hacer en la vía pública. Teníamos que llegar a una guardia veterinaria, que estaba a unas escasas 5 cuadras.

Apareció entonces otro sujeto, adusto en cuestiones de ranchería y expresó con la firme convicción de quien el campo lo ha curtido en la vida, que definitivamente había que 'ponerla a dormir'. Y dale con la pulsión tanática.

Pero no todos bajan los brazos tan fácilmente. Antes de todo esto, una pareja que tenia pocos días de haber llegado a la colonia ocupando la casa de Doña Petra (quien murio/desapareció por causas misteriosas), en un acto de ingenua y pueril bondad deja a la perrita herida, un plato con leche. Desde luego, la herida ni siquiera le había prestado atención. Pero esta pareja, Pablo y Andrea, serían cruciales en el desenlace.

En fin, tenía una sola carta a mi favor, o más bien a favor del animal: casi nadie se atrevería a llevarse al perro en esas condiciones Yo sí, por supuesto y Pablo y Andrea tambien, y lo que hicimos fue subirlo a la camioneta del primero. Es más, hubiera caminado las 5 cuadras con el animal en brazos, si hubiera hecho falta. A la muerte no hay que cederle un palmo, si uno se encuentra en la situación de darle batalla. Agonía significa lucha en griego.

Al llegar a la guardia para verificar que hubiera alguien y el experto me arrebató el teléfono para ofrecer su versión de los hechos al veterinario e imponer su diagnóstico antes siquiera de que el facultativo tuviera la oportunidad de revisar al animal. Con la entonación del veterano que ha visto ya muchas cosas, dejó en claro que sólo había una salida. Parecía entusiasmado con la idea de matar.

Pero me impuse, nuevamente. Sólo un veterinario confiable dictaría semejante sentencia.

Marque al trabajo diciendo que llegaria tarde por un asunto de vida o muerte (la cual era verdad) y le dije a Pablo que me acompaniara y que las cosas se iban a pponer feas y que no era necesario quedarse, el asintio, pero hacia falta una caja, cuando menos, ya que no podíamos saber si lo que el animal tenía en la piel era contagioso. Luego de unos minutos de zozobra, Mariela trajo una caja de cartón del tamaño adecuado.

Sin embargo, lograr que el animal herido entrara en la caja no iba a ser tarea sencilla. Nuestro experto puso manos a la obra, literalmente, y al intentar alzarla sólo consiguió un tarascón fallido, pero enérgico, lo que me indicó que había todavía esperanza; no está muerto quien pelea.

Humillado, el experto solicitó impetuosamente un cable o cinta para atarle el hocico. Mientras llegaba este instrumento, pedí permiso y, en lugar de alzar al animal, puse la caja de costado de tal modo que lo protegiera del frío; si yo estaba en lo cierto, la perra entraría sola, sin necesidad de violentarla, sin cables, cintas ni fuerza.

Obviamente, se metió en la caja. Con esta demostración, nuestro experto hizo mutis por el foro y Pablo y yo pusimos a la paciente en el auto.

El viaje hasta la veterinaria fue sin novedad, por fortuna, y en diez minutos teníamos finalmente a alguien que sabía del tema examinando al animal. El pronóstico era más que reservado, pero ambos notamos que la perra, al encontrarse en un ámbito extraño, sacaba la cabeza de la caja y miraba alrededor. Conozco a este veterinario, uno de los varios que trabaja allí; pensamos lo mismo a la vez: 'Está mirando, está alerta', dijo. Una buena señal.

Concluimos que el problema inmediato era la boca. Si no podía beber y alimentarse por sus propios medios, estaba más allá de toda posible salvación, por mucha voluntad que pusiéramos. Así que le dio anestesia y se dispuso a ver qué pasaba dentro de esas fauces. Decidí irme a trabajar, hasta que hubiera un diagnóstico definido. Estarme sentado ahí de poco servía.

Volví a las 6 de la tarde, y así como entré el veterinario me dijo: 'mirá esto'. Abrió una servilleta de papel y me mostró un pedazo de hueso de bistec, cuadrado y romo de un lado y en punta y afilado del otro. 'Lo tenía clavado en la garganta, eso era todo. Ya está con antibióticos, la lesión no es seria.' Por eso, por un hueso con el que se había atragantado en ese típico atracón desesperado del perro callejero, querían sacrificarla.

El pronóstico no dejaba, de todos modos, mucho margen. 'Pero –me dijo el médico– es un animal joven, tiene posibilidades'. '¿Joven?', pregunté. 'Sí, no tiene ni dos años.'

Llamé al día siguiente temprano. Ya había empezado a beber y comer por sus propios medios, me informaron. Comparado con la situación de 24 horas antes era un milagro. Pero estábamos lejos de ganar la batalla. La visite horas mas tarde dispuesto a que me dieran las buenas o malas noticias que hubiera. La enfermedad en la piel no era una sarna normal, sino una forma muy grave, no contagiosa, que demandaría semanas o meses de tratamiento, y no sería sencillo ni barato. Además, el cuadro de desnutrición y deshidratación había llegado tan lejos que era muy probable que sus riñones y otros órganos estuvieran irremediablemente dañados.


Pero había pasado algo más, que tanto para el veterinario como para mí constituía un indicio del camino por seguir. Esa tarde, mientras yo estaba trabajando, había pasado una señora a dejar una donación para la perra rescatada. Esta mujer había visto al animal moribundo en la calle, preguntó qué había pasado, se enteró de que 'alguien lo había llevado a la guardia veterinaria', había seguido el rastro hasta allí y, al recibir la noticia de que había esperanzas, dejó 60 pesos para ayudar. Sesenta pesos, supe días después, al hablar con ella, que no le sobraban.

Bueno, no nos íbamos a echar atrás ahora. Esperaríamos los análisis de sangre y, si el animal tenía posibilidades de vivir, yo me haría cargo de los gastos y, al final, la llevaría a mi casa. Tenía in pectore un nombre para la perra, si todo salía bien, pero era temprano para eso. Demasiado temprano.

Antes de irme pasé a verla. Aunque su estado era desastroso, ahora estaba acostada, relajada y miraba alrededor con interés, como dispuesta a aprovechar cualquier posibilidad que el destino le estuviera ofreciendo. El veterinario me advirtió, no obstante, que no podíamos saber qué grado de socialización con humanos podía tener un perro hallado en condiciones de abandono tan extremas. 'Un perro llega a este estado cuando ha sido rechazado incluso por sus propios congéneres', explicó.

Era cierto. Le debió llevar meses derrumbarse así, siendo un animal joven, y todo eso sin que ninguna persona la ayudara. Eso podía significar que se trataba de animal problemático. Correría el riesgo. En el peor de los casos, habría que enseñarle a usar una computadora y a no robarle la comida del plato a las visitas.

Las noticias fueron buenas al día siguiente. Los análisis de sangre indicaban que su estado de salud era, pese a todo, razonablemente bueno y más bien necesitaba dormir, comer y subir de peso. Respecto de la piel, el tratamiento era costoso, pero nada que quebrantara mis finanzas.

Pasé a verla dias despues. Dentro de su jaula, ya se alegraba de ver gente, se ponía entonces de pie y movía alegremente la cola. Comía, además, como una aspiradora viviente; después de haberla visto prácticamente muerta esa visión era sublime.


Y así, con visitas semanales y un progreso lento, pero sostenido engordó y demostró no sólo estar socializada, sino también hacerse querer. El sábado 26 de este mes, cuando se despidió por fin de su hospitalización para venir a casa, todo el mundo en la veterinaria quiso saludarla, la mayoría lagrimeando. Pródiga en expresiones de cariño, como suelen serlo los perros felices, correspondió a los abrazos con saltos, lengüetazos y cabriolas.

Un rato después, cuando por fin la vi correr y saltar en mi patio, le dije su nuevo nombre: Victoria.

Vicky, para los amigos, es el animal más inquieto, alegre y cariñoso que he visto en muchos años. Pascual no está del todo feliz con la novedad, pero ya se irá acostumbrando, siempre lo hace.

Y volviendo al principio, te tengo acostada en mi regazo, tu te quedas quita y te acaricio, correspondes con una mirada que creo yo es una sonrisa y no puedo evitar quererte, y el inevitable y triste desenlace que tendremos cuando maniana vaya a entregarte con Pablo y Andrea quienes estaran felices de tenerte y cuidarte....
cuidate Victoria...

1 comentario:

AFlo... dijo...

:´) lagrimita... Excelente historia