18 de mayo de 2012

El ataque de panico y la libertad


Uno cree que está habituado y hasta inmunizado contra la abrumadora sensación de desasosiego que oprime el pecho cuando se encuentra situado en medio de una multitud. Que el anonimato de la masa confiere un velo donde fundirse y hacer cualquier tipo de desmadre que en solitario no harías, pero no: solo lo empeora: se vuelve oprimente y urgente la sensación de huida, de salir corriendo antes de que la estupidez en masa me malee, me devore y ofusque.

Me gustaría a veces ser como el promedio, ver mis propios intereses, que lo que yo diga no me pertenezca por que lo pusieron en mí, andar repitiendo frases idiotas de televisión, ser ese “ente inauténtico” (Heidegger dixit) que busca donde poder mimetizarse, ser tragado en lo anónimo para no pensar en mi circunstancia de vida (o de muerte); fundirme en la masa, sentirme cómodo en ella.

Pero no.

Siento que al estar inmerso en una pléyade de personas, seré devorado y en ese acto perderé toda noción de mi ser. Todo a lo que estúpidamente me aferro se evaporará en un miasma de proporciones nulas. En una nada que vacilantemente volverá para vengarse de mí.

Sería una pérdida de todo lo que soy. Sería la mayor de mi pérdidas: estar en una multitud y dejar que esta me consuma…

No todas las multitudes me han hecho sentir así: he estado en marchas que exigen la paz y el trabajo de sus funcionarios públicos (mi ciudad está atestada de violencia e ingobernabilidad, como la mayor parte de México), también estuve en el concierto de “The Wall” indignándome y sorprendiéndome por el conocimiento y el aterrizaje del pensamiento periférico (situado) de Waters para hacer este concierto denunciando conceptos y problemas mexicanos; y en esas multitudes me sentí arropado, quizá eso de compartir el dolor y el buscar una conciencia y un bien justos para todos hace una catarsis favorable a la psique. Pero en estadios viendo partidos de futbol o celebrando el título de cualquier equipo, en conciertos de música que no aportan nada (como Paul McCartney, por ejemplo) o en filas enormes de burocracia es donde me da miedo la masa inerte y etílica, me da un ataque de pánico insuperable, las leyes de Murphy se agolpan en mi cráneo y la teoría del caos me pone en alerta: “esto no va a terminar bien”, “se hará un cuello de botella al salir y todos moriremos aplastados”. Es la única situación de mi vida donde me da pánico. Donde quiero salir corriendo y me siento como un niño perdido en el supermercado y todas las personas son pedófilos o asesinos.

Este sentimiento se lo achaco a Heidegger, se lo culpo a Nietzsche, se lo atribuyo a Foucault, se lo endilgo a Sartre: todos ellos con su filosofía de la libertad, hicieron que me despojara de mis atavismos, que resistiera el embate del “poderoso Otro”, me nutrieron de individualidad, de ser dueño de mis palabras y controlar mi ego, pero no me liberaron de este pánico… ¿y eso representa la consecución de mi libertad? ¿Y si sentir eso representa el rasgo indisoluble de libertad?

Justificación, perdón y el único acto que no reúne tales características.

Probablemente todos los actos tengan justificación, incluso perdón, pero hay uno solo que no lo tiene, que de él derivan todas las tangentes, permea el espacio entero. Está desde que te levantas de la cama, cuando se abre la regadera para desperdiciar agua, cuando comemos animales muertos, cuando quitamos árboles para poner estadios, fabricar muebles o construir casas.

Y todo eso, a pesar de lo malo, creo - sin condenar o condonar - que está justificado en aras del comercio (o como dirían en el siglo XX: "el progreso"), la higiene, la supervivencia y el capitalismo. La técnica humana que moldea el planeta mientras lo destruye ("razón instrumental" dirían Adorno y Horkheimer) puede justificarse en grado extremo y si se es muy benevolente hasta necesitar de ella.

El mundo no te va a perdonar los recursos utilizados para que habites la casa o departamento en el que vives, el carro que manejas. Pero son derechos humanos inalienables reconocidos como necesarios y esenciales en practicamente todos los países del planeta. No se puede vivir diariamente sin ellos.

Volviendo al perdón: incluso una guerra puede justificarse (siempre que sea defensiva para mantener la soberanía o la libertad), las revoluciones violentas se justifican, la madre que mata a su bebé para poder dormir (como en el cuento de Chéjov), de un modo u otro, en su estúpida y explotada cabeza trepanada por la locura, cree que es la salida lógica y justificada para que el crío deje de llorar y ella poder dormir.
Todo se puede justificar, porque como lo decía Jorge Drexler: "La vida es mas compleja de lo que parece"

Que lo justificable se perdone, que haya absolución, eso no toca decidir a nadie mas que al ofendido por dicha conducta, es dificil de determinar basado en términos de una tercería no arbitraria. Quizá no existen, y si sí, bien por ellos.

Yo solo encuentro un acto imperdonable, que nos condenó a todos como especie, no tiene perdón, ni justificación, ni arreglo ni absolución.

El único acto imperdonable fue cuando un pez con patas decidió salir del agua a respirar aire, pisó la tierra, caminó y empezó a reproducirse: eso nos condenó a todos...

1 de mayo de 2012

1 de Mayo - Mina


Soy una mina antipersonal que se desbalaga entre la indiferencia, los gestos de asco, las miradas de hastío y las esporádicas muestras de interés de una sociedad cada vez más individualista, que persigue la ultima novedad en smartphones para filtrar su contacto con los otros mediante pantallas touch agachando la cabeza; que no sabe ni siquiera las funciones mas básicas de su cuerpo, pero anda ahí viviendo tratando de encontrar la redención en el amigo imaginario e ilusorio que el colectivo llama dios…

Soy una mina antipersonal (quisiera ser de tiempo), que tiene pedales austeros e incómodos, conectada a una maquina expendedora de libros que nadie lee, libros cuyo tema es como jugar al capitalismo de una forma limpia y sin joder a los demás, de cómo hacer la democracia considerando sagrada la vida del otro y ver a éste como una extensión de mi mismo.

La clase de explosivo que soy solo estalla cuando voluntariamente alguien pisa mis pedales y escucha la explosión con respeto, no soy como mis contrapartes afganas o colombianas, quienes además de no tener pedales, les vale madre la vida de una persona, ellas hacen su trabajo sin importar la negativa, y si no quitan la vida, por lo menos la joden y la mutilan. Se ocultan, se mimetizan con los campos para mentir, para engañar y pobre del incauto que caiga en ellas. Yo no. Todo en la intemperie, aunque no me hagan caso.
Soy una mina ¿antipersonal? No creo que ese sea el término, quizá solo personal, y aunque la tentación hacia la misoginia sea enorme, no estoy en contra de las personas. Tal parece que el sentido común ha sido olvidado (creo que nadie tiene una definición clara de “sentido común” sin partir del ego), lo cual puede llegar a ser desesperante al grado de querer hacerle un epitafio a la humanidad por ello, y aun teniendo ese impulso de quemar todo a mi paso, al detenerme logro entender los motivos externos, hacerlos míos y comprender a mi semejante en su complejidad. A veces me quedo sorprendido de mi habilidad y de las conclusiones a las que llego, con unas personas es mas difícil, pero cuanto mas intento, mas profunda es mi comprensión y me detengo, me mimetizo y hago lo concerniente a la conciliación para ambos “avanzar” (lo que sea que eso signifique). Quizá esa sea la razón por la cual todas y cada una de las mujeres con las que he tenido que ver han sentido algo por mi (si fuera presumido diría que se han enamorado, pero no creo que eso sea), mis amistades son muy intensas, es fácil tenerme cariño y es difícil tener una opinión negativa de mi sin ser atenuada por momentos o situaciones.

Soy una mina con pedales conectada a una máquina expendedora, en medio de esta ciudad-rancho-espejismo del norte de México, puesta sobre una avenida donde colisionan el miedo a las balas, la-tala-de-bosques-para-poner-un-estadio, el culto infinito al trabajo al grado de la fatiga para hacer algo mas, la carne asada y la hipocresía religiosa. Solo anhelo estallar y contagiar como virus mis intenciones, en un arrebato cursi como lo escrito aquí y ahora…