9 de marzo de 2010

09 de Marzo.- Los dados eternos

OS DADOS ETERNOS.

Por Ulises Martínez Flores.
César Vallejo.
Soy ateo. Cuando me preguntan el porqué, digo que por culpa de los creyentes que no se acercaron a evangelizarme, porque es cierto: nadie me tiró un lazo en esa materia, empezando por mis padres. En realidad, es herencia materna, reafirmada posteriormente por mí mismo. De doña Olga, cuentan que, siendo joven, cuando le preguntaban si creía en dios, contestaba: “No, yo no tengo ese problema”.

Agradezco infinitamente tan valiosa herencia de doña Olga, pues troqueló positivamente aspectos esenciales de mi ser y de mi vida. Y también encuentro en esa calidad de impío mi gusto por el poema “Los dados eternos” del poeta peruano César Vallejo.

Siento que mi carencia de religiosidad me permite recoger desde un costado diferente la irreverencia del poeta hacia su dios. Me conmuevo cuando el creyente, en este caso Vallejo, voltea hacia su divinidad y le reclama las comodidades de las que ésta goza en comparación con los sufrimientos de su creación humana: “tú, que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación. Y el hombre sí te sufre: ¡el Dios es él!”. Me reconozco en la desolación humana del condenado por su propio creador a esperar simplemente el fin: “surgirán los dos ojos de la Muerte, como dos haces fúnebres de lodo”. Me sobresalta el poeta que augura a su dios que ese planeta que le dio por hogar no tiene más futuro que “parar […] en el hueco de inmensa sepultura”.

Pero, sobre todo, me gusta penetrar en las palabras vallejianas y sentir por momentos el coraje, el desprecio y el dolor que destilaba su pluma en el instante de su creación artística. Léanlo así: imaginen la fuerza con la que los dedos de Vallejo sostenían la punta de su pluma cuando escribió en forma de reclamo: “¡Estoy llorando porque vivo!”.

“Los dados eternos” forma parte del primer poemario de Vallejo: Los heraldos negros, publicado a mediados de 1919, aunque su pie de imprenta registró como fecha de nacimiento 1918. Pero el poema que nos ocupa fue publicado antes, el 23 de marzo de 1918, en la revista La Semana, en Lima, Perú, en una primera versión ahora casi desconocida, pues durante el poco más de un año que pasó entre esta fecha y la aparición príncipe de Los heraldos negros, el poeta la fue modificando.

Aquí comparto esa primera versión, respetando la ortografía, y en especial la puntuación, original. Quien quiera ubicar los cambios, sólo tiene que consultar cualquiera de las múltiples ediciones posteriores del poema.

Para Manuel Gonzáles Prada, esta emoción bravía y selecta, una de las que con más entusiasmo, me ha aplaudido el gran maestro.

!Dios mío! ¡Estoy llorando porque vivo!
Me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
tú no tienes Marías que se van!
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!
Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado…
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
… surgirán los dos ojos de la Muerte,
como dos haces fúnebres de lodo!
Dios mío, y esta noche sorda, oscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
a fuerza de rodar, así tan dura,
es un dado roído y ya redondo
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

1 comentario:

David Vall dijo...

Este poema es muy hermoso. El gran César Vallejo juega con las palabras... La comparación de la Tierra con un dado gastado: "roído" , es genial que solo pudo caber en la mente del Poeta universal. Me identifico mucho con este poema. Realmente me es conmovedor.