29 de diciembre de 2011

29 de Diciembre - Crónicas de Expulsión (Fragmento) de Zaría Abreu

Zaría Abreu. Egresada con mención honorífica del Colegio de Literatura Dramática y Teatro, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, escritora, dramaturga y directora. Ganadora del Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo, emisión 2004 y acreedora a Mención Honorífica por la obra Ángeles Probables, en el VI Concurso nacional de obras teatrales, convocado por la SOGEM y la UNAM.

La conocí en el DF gracias a mi buen amigo el David Aguilar, quien se portó de diez puntos en mi estancia, invitándome a la presentación del poemario "Mientras dure la caída" de esta mujer. Al leerlo, quedé fascinado con el mismo. Tiene esa tristeza con la cual yo me identifico, porque yo he estado así. He aquí un fragmento del poema titulado "Crónicas de Expulsión"

No entiendo nada, aunque lo sospeche todo. La sospecha es en sí misma una certeza. La certeza de una herida. Una herida que no cierra, pero que sigue negándose a sangrar.

Es sábado. Hace frío. Sigo enferma. ¿Enferma de qué?

Hay un poema para esto –pienso- sé que es de Pessoa pero no lo recuerdo.

Se me acabaron los cigarros. Los cigarros tienen la maldita costumbre de acabarse en los peores momentos, justo cuando uno mas necesita de la nicotina.

Salgo al mundo, una cuadra de mundo otra vez, hasta la tienda.

El viejito de la tienda me pregunta: “¿Cómo estás m’hija?”. Oigo el “m’hija” y me dan unas tremendas ganas de llorar.

Quiero decirle que estoy de la chingada, quiero decirle que me acabo de hacer añicos en la esquina justo antes de cruzar la calle, que por eso le estoy comprando dos cajetillas de delicados con filtro a una hora tan temprana.

Quiero decirle que sospeche. Que la herida. Que estoy enferma. Que tengo fiebre. Que la lluvia de este día.

Quiero decirle que mis gatas no me hablan. Que quiero reventarme, que quizá ya me rompí. Que las palabras me traicionan. Que si no recuerda ese poema de Pessoa. Que por favor me diga “Sal de ahí”.

Quiero decirle que me duelen los poros y los átomos. Que la materia de mi cuerpo es del tamaño de una ciruela. Que el vacío con comprobación científica. Que el movimiento y el espacio entre los electrones.

Que la música taladra mis tobillos, mi talón de Aquiles. Quiero decirle que el futuro. Que la primera sílaba de la palabra futuro. Quiero decirle que –El mundo es un gran pastel de mierda-.

Que el cadáver de Omar se pudrió en una cajuela bajo el implacable sol de Tijuana.

Quiero decirle que el amor no existe y quiero decirle que mi amor sí existe.

Quiero decirle que mas que los delicados necesito un paracaídas. Que quiero emborracharme. Que me regale una botella de vodka. Que nada sirve de nada. Que no lloro. Que yo no lloro, que me atraganto con mis lágrimas. Quiero decirle que en lugar de llorar vomito sobre el lavabo todo el miedo.

Quiero decirle que Julio Jaramillo, que un tumor en la garganta, que una noche de luna roja.

Quiero decirle que me regale mil cervezas si está seguro que la congestión alcohólica va a matarme. Quiero decirle que Nacho Vegas y Juan Perro. Que “hay días en los que valdría la pena no salir de la cama”.

Quiero que decirle que mis nauseas, que mi desencanto. Que vivo en el filo de una navaja; en el centro de la pistola recién disparada.

Quiero decirle que estoy azul y sola y leyendo a Rafa Saavedra. Quiero decirle que cada vez que oigo una patrulla estoy segura de que vienen por mí.

Quiero decirle que me duele respirar, que los bronquios se me están reventando. Que mi sepulturero me está traicionando. Que las horas extras. Que el tic-tac de los relojes. Quiero decirle que este día no debería existir – y sin embargo, existe- Que me cambie las tres chelas por arsénico.

Quiero decirle que yo no soy yo, que no estoy parada frente a él, que los latidos de mi músculo cardiaco son una farsa.

Quiero decirle: ¿Porqué no se muere de una puta vez y me muero yo y nos morimos?

En lugar de todo eso le digo: “Bien” (y hablamos del clima…)

Entonces, cuando me da el cambio, me pongo a llorar como una idiota enfrente del mostrador.

Patética y avergonzada cruzo la calle. En la esquina el viejito me alcanza: “M’hija, le regalo estos” (Me pone en las manos una bolsa de kleenex).

Camino otra vez mi cuadra de mundo y justo al sacar las llaves enfrente de mi puerta miro la bolsa de kleenex.

Y no sonrío, pero pienso que –a veces- a este enorme pastel de mierda hay quien sabe ponerle una velita.

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