Una diáspora es definida como la
dispersión por el mundo de un pueblo que ha tenido que abandonar su lugar de
procedencia originaria, que ya sea por exilio, guerras o hambre; la RAE incluso
define que el término es usado especialmente para definir al pueblo judío, que
siempre es pintado como el náufrago por excelencia en la historia. Esta
diáspora se extendió por todo el orbe, creándose vertientes socio-culturales como
los yiddish en Alemania, los sefardí en España y los ladinos en Latinoamérica;
cada uno con sus propios ritos, que derivaron por ende en la creación de música
para expresarse.
Por más que la ubicación
geográfica y las denominaciones de los diferentes pueblos judíos eran
distintos, todos coincidieron en que fueron yéndose de su tierra, y por ende,
la música hecha por todas las diásporas cantan sobre la añoranza de su lugar de
origen y su dolor por no volver, siendo
confundida la mayoría de ellas como canciones de amor para quienes no podemos
entender dicha cultura.
La primera vez que vi a Dora
cantar fue en un video de Youtube con el trío Muna Zul, quienes me maravillaron
con su armonía vocal, su experimentación, su libre albedrío y por la capacidad
de hacer hermosos los momentos. A mediados de este año supe que la guapa Dora
sacó un disco en la compañía Tzadik Records, casa del mismísimo John Zorn, por
lo que me puse a investigar sobre ella: nació en Israel, hija de padres argentinos,
de descendencia polaca por parte de sus abuelos, está viviendo en la Ciudad de
México, especializada en canto en la Escuela Superior de Música y en el Centro
de Capacitación Cinematográfica, además de cantante, es realizadora de cortometrajes
y largometrajes que se han presentado en diferentes festivales internacionales.
El disco contiene once temas con
sobredosis de melancolía, revisadas para estos tiempos turbulentos
(“contemporáneos” dice el eufemismo); y es difícil de explicarlo en palabras,
pero se ve que la pasión que Dora le
imprime en estos menesteres que involucran a sus antepasados.
Entre las canciones que más me
gustaron, fue desde la inicial “A La Una
Yo Nací”, el clásico tema ladino, que desde sus primeros momentos
escuchamos el lamento de la voz de Dora y podemos sentir la tierra del desierto
en nuestras mejillas, la guitarra perfecta y la percusión en sintonía.
Emocionante y nostálgica. “Una tarde de
verano” empieza con un loop vocal, bellísimamente construido, que logra una
exquisita base vocal en el viejo pero hermoso poema sefardí, que relata la
historia de una joven que se veía mora, pero de España nacida. El timbre y el
rango vocal de Dora en “Porqué Yorash”
es impresionante.
La pieza “Tres morillas” es una hermosura: canta la historia de Axa, Fátima y
Marién. Misteriosa, cantada casi en las penumbras: refleja ese temor que se le
tenía (¿tiene?) a la belleza lozana de las moras en la ciudad de Jaén.
El verdadero punto álgido del
disco viene con el último par de canciones, primero con “Morenica”, cantada magistralmente, uno siente que se no siente la
piel de tanto que se enchina, y mas cuando te dice estos versos: “Morenica a mi me llaman / Yo blanca nací / De pasear galana / Mi color
yo perdí”, que en mi mente quise imaginar las andanzas de Dora en una país
como éste mi México. Finaliza con “Durme”,
una dulce canción de cuna para las niñas, que poco a poco plantea el futuro de
fantasía para ellas y terminar diciendo la sensata advertencia: “lo que hicites con tu padre y con tu madre a
ti te lo facerán”. Mi amiga y mi hermana están por tener bebés, si salen
niñas ambas, trataré de cantarles esto a manera de mi amor por ellas.
El disco se llevó algo de la vida
de Dora, se ve que ella tenía que dejar algo para sus antepasados, tenía que
homenejarlos y venerarlos. Lo logró. Cuando se deja el alma en trabajos como
éste, siempre se tendrá el reconocimiento.
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