Uno cree que
está habituado y hasta inmunizado contra la abrumadora sensación de desasosiego
que oprime el pecho cuando se encuentra situado en medio de una multitud. Que el
anonimato de la masa confiere un velo donde fundirse y hacer cualquier tipo de
desmadre que en solitario no harías, pero no: solo lo empeora: se vuelve
oprimente y urgente la sensación de huida, de salir corriendo antes de que la
estupidez en masa me malee, me devore y ofusque.
Me gustaría a
veces ser como el promedio, ver mis propios intereses, que lo que yo diga no me
pertenezca por que lo pusieron en mí, andar repitiendo frases idiotas de televisión,
ser ese “ente inauténtico” (Heidegger dixit) que busca donde poder mimetizarse,
ser tragado en lo anónimo para no pensar en mi circunstancia de vida (o de
muerte); fundirme en la masa, sentirme cómodo en ella.
Pero no.
Siento que al
estar inmerso en una pléyade de personas, seré devorado y en ese acto perderé
toda noción de mi ser. Todo a lo que estúpidamente me aferro se evaporará en un
miasma de proporciones nulas. En una nada que vacilantemente volverá para
vengarse de mí.
Sería una
pérdida de todo lo que soy. Sería la mayor de mi pérdidas: estar en una
multitud y dejar que esta me consuma…
No todas las
multitudes me han hecho sentir así: he estado en marchas que exigen la paz y el
trabajo de sus funcionarios públicos (mi ciudad está atestada de violencia e
ingobernabilidad, como la mayor parte de México), también estuve en el
concierto de “The Wall” indignándome y sorprendiéndome por el conocimiento y el
aterrizaje del pensamiento periférico (situado) de Waters para hacer este
concierto denunciando conceptos y problemas mexicanos; y en esas multitudes me sentí
arropado, quizá eso de compartir el dolor y el buscar una conciencia y un bien
justos para todos hace una catarsis favorable a la psique. Pero en estadios
viendo partidos de futbol o celebrando el título de cualquier equipo, en
conciertos de música que no aportan nada (como Paul McCartney, por ejemplo) o
en filas enormes de burocracia es donde me da miedo la masa inerte y etílica,
me da un ataque de pánico insuperable, las leyes de Murphy se agolpan en mi
cráneo y la teoría del caos me pone en alerta: “esto no va a terminar bien”, “se
hará un cuello de botella al salir y todos moriremos aplastados”. Es la única situación
de mi vida donde me da pánico. Donde quiero salir corriendo y me siento como un
niño perdido en el supermercado y todas las personas son pedófilos o asesinos.
Este sentimiento
se lo achaco a Heidegger, se lo culpo a Nietzsche, se lo atribuyo a Foucault,
se lo endilgo a Sartre: todos ellos con su filosofía de la libertad, hicieron
que me despojara de mis atavismos, que resistiera el embate del “poderoso Otro”,
me nutrieron de individualidad, de ser dueño de mis palabras y controlar mi ego,
pero no me liberaron de este pánico… ¿y eso representa la consecución de mi
libertad? ¿Y si sentir eso representa el rasgo indisoluble de libertad?
2 comentarios:
No he leído casi nada de filosofía, pero me siento totalmente identificada con lo que escribiste.
Es una disciplina que te acorrala. Que te deja muchas satisfacciones y sonrisas, pero que es inútil en situaciones como esa...
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